Esas odiosas comparaciones

comparePareciera innecesario referirse a una actitud tan obviamente negativa para el desarrollo  de  un niño, como es la de comparar a los hermanos o a un niño con sus amigos o sus primos. Probablemente usted pensará «yo jamás compararía a  mis hijos» y lo más probable es que no caiga en el error de decirle a una hija «tu amiga sí que es  bonita»  o  «podrías aprender  de  tu  primo  que  es tan  aplicado».  Sin  embargo,  me  surge  esta preocupación  por disminuir las comparaciones después de oír quejas reiteradas de los niños de que sus padres viven comparándolos.

Pareciera ser que Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, tenía razón cuando, en su libro “El perro de los Baskerville    sostenía que «el mundo está lleno  de cosas obvias de las que nadie se da cuenta ni de casualidad».

Asimismo, pareciera  ser que el dañino efecto de sentirse   comparado   que se produce en los niños es  percibido por pocos  adultos  que  ni  siquiera  asumen  que  están  comparando.    Cuando  es  comparado,  el  niño  no  sólo  va acumulando  resentimientos  hacia  la  persona  que  lo  hace;  ello  también  le  produce  una  inseguridad  personal,  el sentimiento  de  no  ser  lo  suficientemente  valioso  y,  por  supuesto,  se  afecta  el  vínculo  con  la persona con la que es comparado. Si las comparaciones se hacen con su hermano, se  aumentarán  las  naturales rivalidades que hay entre ellos por el afecto de los padres.  Si se lo compara con un primo, el niño tenderá a generar una actitud negativa hacia él. Comparaciones más sutiles que las descritas son desafortunadamente más frecuentes  y dañinas de lo que se pueda creer. Por ejemplo, cuando una visita se dirige  a una de las niñitas de la casa y le dice que es muy linda mientras la otra hermana  observa, y agrega empeorando la situación al tratar de arreglarlo: «Pero también  ustedes  linda,  mijita  ».  Este  último  comentario:  «Esta  niñita  también  es  linda»,  hace  que  la  aludida  se sienta en jerarquía más abajo que su hermana y, posiblemente, más fea que  ella, lo que dañará su autoestima física y la relación con su hermana.  Si hay una actitud que fomenta la competencia son las comparaciones constantes,  las que no sólo son dañinas cuando se hacen sobre los niños, sino que cuando se transforman en un elemento cotidiano de  la  cultura  familiar.  Comentarios  como  los  siguientes  dan  cuenta  de  esta  situación:  «Las  vacaciones  fueron buenas, pero nada  que ver con las del año pasado». O «Los González fueron a Buenos Aires» y se crea un   silencio comparativo aterrador sobre la mesa del desayuno, ya que significa que los  González son tanto  más ricos o tanto más  entretenidos  que  tú…Cuídese  de  las  comparaciones,  aunque  sea  casi  imposible  no  hacerlas  en  una  cultura consumista y concursante, en que todo es sometido a un ranking. Valore y quiera a cada uno de sus hijos como son, expréseles en la intimidad, y no delante de otros que se puedan sentir menoscabados, cómo y cuánto los quiere, y lo orgulloso que está de él o de ella. Si se le vienen las comparaciones a la cabeza, frene… No las diga. Póngase en los zapatos de quien lo escucha y se dará cuenta que a veces es mejor callar.  Tanta comparación puede ser signo de poca inteligencia emocional, ya que implica no tener empatía con el que sale perjudicado en las comparaciones.

Fuente: Libro Cuánto y Cómo los Quiero.

Ps. Neva Milicic

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