La magia de la lectura compartida

c01ecdf4712a6483cf0951bc767fc18fCuando un padre o una madre introducen a un hijo o hija de una manera amorosa en la lectura compartiendo lo que lee, le está haciendo un maravilloso regalo que lo acompañará siempre.

El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince lo describe magistralmente en su novela “La oculta”, que cuenta la dolorosa realidad de la violencia colombiana. El protagonista Antonio relata: “Leer una novela leída y subrayada por mi papá era como volver a encontrarme con él a través de la historia del libro; era como si lo estuviéramos leyendo y conversando juntos en la finca, como habíamos hecho muchas veces en la vida, de una hamaca a otra, por las tardes o en el cuarto de ellos, que había sido el mismo de los abuelitos, o en el comedor, durante tantos almuerzos de la tarde. A veces me detenía en la lectura para pensar en la historia e imaginarme las situaciones de lo que estaba leyendo. Mientras tanto, sacaba un brazo por un lado de la hamaca, acariciaba el lomo de Gaspar, con la mirada perdida en la oscuridad, sin ver nada, alejada del mundo, esas cosas que nos pasan cuando leemos un buen libro, y los propios pensamientos flotan, arrastrados por las ideas escondidas en la escritura, como dos nubes que se juntan y se mezclan en el cielo”.

Esta imagen de lo potente que es un libro para generar pensamientos propios a partir de lo leído parte en la infancia con las primeras lecturas, pero continúa en un diálogo más complejo en la adolescencia. En esta generación parte del tiempo que los niños dedicaban a la lectura, ha pasado a ser reemplazado por los WhatsApp, los videojuegos, es decir, una hiperconexión con los medios electrónicos. Es importante poner límites para que el poder adictivo de los medios no atrofie el gusto por leer.

A veces un cambio de estrategia en la promoción de la lectura puede reencantar a los niños con la lectura. Fue el caso de Antonia. “Hasta séptimo básico me cargaba leer, mi mamá me leía todo, obviamente no entendía nada. Las pruebas eran tan específicas y llena de detalles que me iba muy mal. En octavo, me cambié de colegio y la profesora nos hacía escoger los libros y nos contaba brevemente el argumento de cada uno. Así la elección no partía de cero. Luego la evaluación era totalmente diferente, hacíamos trípticos, afiches y trabajos de análisis. Desde ese momento me gustó mucho leer y ahora siempre tengo un libro en mi velador”. A diferencia de Antonia, los niños ahora suelen tener el teléfono junto a la cama en vez de un libro. La responsabilidad no es de los niños, los adultos debemos motivar la lectura y limitar el uso de los dispositivos, si de veras estamos convencidos que la lectura sí importa

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